Para escuchar necesito parar de hablar, hacer un silencio, estar receptivo.
Desde la escucha surge la comunicación, el diálogo, el encuentro con el otro, el amor.
Esta es la historia de una familia:
Llora a solas en su habitación, cuando nadie le ve.
Llora escuchando su música, esa música con la que se siente identificado. No hay nadie en su vida que le escuche.
Su padre no sabe escuchar, no escucha. En realidad a nadie, ni a su hermana ni a su madre.
Su padre ha aprendido que ser padre es imponer su voluntad, que tiene la razón por ser padre, sin más. No hay diálogo, su padre dice que sí.
Con su padre no puede dialogar, su padre hace monólogos, cree saberlo todo, cree tener la razón.
Y llora a solas por la noche, en su habitación cuando está seguro que todos duermen, que no le escuchan. Porque mañana seguirá la batalla del pasotismo, de callar, de no hablar, de explotar y gritar. De sentir tanta rabia, tanta ira, tanta impotencia hacia su padre que siente que le va a explotar la cabeza.
Y solo tiene 12 años. Quiere morirse, desaparecer, se siente culpable de todo y sigue sintiendo tanto enfado hacia su padre que cree volverse loco.
Su madre calla. Aprendió a callar, luego cuando papá no está le habla, le trata de convencer para que se adapte, para que entre en razón, para que estudie, para bla, bla, bla, bla…. Su madre tampoco aprendió a escuchar.
La madre desesperada busca ayuda, algo le dice que esto no puede seguir así, siente que su hijo está perdiendo el brillo en la cara, qué está triste, alejado, que pasa muchas horas solo, que no sabe llegar a él.
Y llegan a consulta. Duele escuchar al padre hablar de su hijo y la explicación que da de lo que ocurre. Su opinión de los Psicólogos, la agresividad detrás de sus palabras educadas, la manera de desvalorizar. Él no se da cuenta, está acostumbrado.
Y ella suspira. Y él niega, niega, evita, racionaliza, desvaloriza, ataca educadamente. Y ella calla.
Veo al joven de 12 años, una bomba de relojería. Lleno de tanto dolor, tanta represión, ira, que es capaz de destruirse a sí mismo por el odio tan grande hacia su padre, el enfado a su madre, tanta impotencia, tanto sentirse el malo, el culpable de toda la historia.
El riesgo es elevado.
Él es la víctima, aunque parece que es la fuente de problemas en la familia.
Vuelven los padres a consulta, su hijo está en riesgo. El padre no escucha, habla, bla, bla, bla, ruido y más ruido. Y el drama familiar, una familia rota.
Ella rompe a llorar sin consuelo, agotada, no puede más. Y desde ahí hay posibilidades de ayudarla a encontrar su fuerza interna como mujer y madre para proteger a su hijo, escucharle y darle su apoyo. Un rayo de esperanza.
No hay mucho contacto físico, al padre no le gusta. A gritar y subir la voz le llama hablar con propiedad y tener las cosas claras.
Escasa afectividad. Hablar, hablar, hacer, hacer.
Al padre en su trabajo le va bien, muy bien. Dice que resuelve los conflictos con rapidez y eficacia. Su mujer calla, su hijo llora a escondidas, delante calla, grita, desobedece, reta, se enfrenta al mundo. Su madre desespera.
Su hermana de momento calla y saca buenas notas.
Y seguimos, el padre suelta su discurso mental, con el que somete, no escucha ni se escucha.
Ira contenida que explota. Llanto a escondidas. Y un rayo de esperanza.
Seguimos.