En esa primera sesión Pedro ya me dijo que iba a ser difícil, que se daba cuenta de que se había a acostumbrado a pensar, pensar en las emociones, pensar en el amor, pensar….
Y eso de sentir no estaba en su orden de prioridades y no recordaba desde cuándo.
Le conté una historia de un muchacho, una metáfora de su vida, un cuento. Salió de la consulta con una mirada de extrañeza, de no entender.
En la siguiente sesión había habido varias tomas de conciencia muy interesantes para Pedro, sus neuronas ya comenzaron a realizar nuevas conexiones tras la primera sesión. Se había dado cuenta de la necesidad de mantenerse ocupado, de lo incómodo que era no hacer nada, parar, notar el cuerpo y sus sensaciones. Todavía no entendía de donde venia todo esto.
Como le dije a Pedro, eso es lo que le había ayudado a sobrevivir, no parar, alejar las emociones. Y lo siguiente que le dije es “la historia que tú crees de tu vida es falsa. El ser humano se miente compulsivamente, se convence desde muy pequeño de ciertas interpretaciones de su vida, mira sus ojos a través de los de sus padres, familiares, y esa mirada está muy teñida, manipulada. Querido Pedro necesitas recuperar tu verdadera historia, tu historia emocional, la que está grabada en tu cuerpo y te hace sufrir”.
Progresivamente fuimos reconstruyendo el puente entre las emociones de Pedro, su cuerpo y su intelecto. Sus ojos se llenaban de lágrimas sin que Pedro pudiera sentir o entender de dónde venía, se tocaba los ojos y se miraba en el espejo con asombro, “¿qué le pasa a mis ojos?”, “no lo sé Pedro, ni necesitamos saberlo, solo permítelo, tus ojos están emocionados y lloran, todavía no sabemos qué significa, deja que la información te llegue, tu cerebro si sabe, tu lógica y razón te lleva al autoengaño, a la interpretación”.
Cuando has estado tan acostumbrado como Pedro a saber, al control que te da la razón es difícil estar presente con lo que va surgiendo sin interpretar. Así seguimos.
Posteriormente llegó a una sesión muy entusiasmado, había recordado algo de su adolescencia, tenía muchas lagunas en sus recuerdos, y a partir de ese momento, la caja de pandora se abrió, las lágrimas corrían por sus mejillas, “ahora entiendo, ahora entiendo”, reconoció las emociones de impotencia, de rabia, la relación con su padre, las escenas llegaban con facilidad. Fuimos a travesando un enorme vacío emocional, ese vacío del que había estado huyendo desesperadamente de manera inconsciente.
“Yo creía que eso estaba superado, ya ni recordaba esas escenas o sensaciones” me decía Pedro. Desde la razón no se supera ni integra lo vivido, se desconecta, se tapa y los efectos secundarios saldrán a la superficie.
Los síntomas del colon irritable habían mejorado enormemente aunque quedaba un pero, algo no terminaba de hacer el click completo. La clave estaba en otro lugar.
Su abuelo había padecido la guerra civil española, había estado preso con lo que eso significaba, y tirando de ahí salió información valiosísima, ahí estaba la pieza que nos quedaba. Pedro no había conocido a su abuelo paterno, al ir descubriendo más sobre él se dio cuenta del gran parecido que guardaba con su abuelo en muchas cosas, su pasión por aprender, por viajar, por levantarse pronto a leer antes de ir a trabajar, algo que también hacia su abuelo, detalles que él no conocía. Como suele ocurrir, la información siguió llegando, ¡sorprendente!
De las últimas sesiones Pedro se dio cuenta de algo también muy profundo, de los mucho que sus síntomas le habían acompañado y ahora surgía el miedo, el vivir sin esa enfermedad, sin esos síntomas, se encontraba tan bien que tenía miedo. Esos síntomas y enfermedad se habían convertido en el centro de su vida, alrededor de ese eje giraban sus decisiones, comportamientos. Hacía tiempo que le había hablado de que fuera a un profesional en el mundo de la kinesiología para apoyar a su colon y a su organismo en todo el trabajo tan profundo que estábamos haciendo y ahora se había decidido a ir.
Volvió un mes más tarde, su sonrisa era contagiosa, su rostro, sus ojos, me emocioné, era tan hermoso verle así, brillando, con esa luz, se sentía muy bien, con energía, ilusión, proyectos nuevos, había conocido a una chica y quería darse el tiempo para conocerla, compartir, sentir.
Y me dio otra perla de sabiduría “Bego, he entendido algo, las relaciones de pareja necesitan de silencio, de espacio dentro de uno, de parar, tiempo para no hacer nada”.
Así es, desde el campo de la neurociencia se han hecho muchos descubrimientos sobre nuestro cerebro, cuando descansamos, nuestro cerebro sigue trabajando, integrado información. Dar espacio para no hacer nada es muy enriquecedor, ayudamos a nuestro cerebro a desarrollar nuestras facultades mentales, hacer nuevas conexiones, estimular la creatividad, surgen ideas, etc.
¡Felicidades Pedro!