Esta es la historia breve de un paciente que me ha pedido que por favor cuente su historia, su historia tapada de desamparo, para que pueda ayudar y facilitar el camino a otros con historias similares.
Hace unas semanas, en la consulta, con un paciente. Me había dicho repetidamente que no entendía que le había ocurrido en su vida para sentirse tan mal, para sentir el vacío que sentía. En su vida no habían ocurrido tragedias. No entendía, pero no encajaban los sentimientos del presente con la infancia y adolescencia que recordaba.
En consulta muchas cosas son matemáticas, no puedes haber tenido unos padres, un ambiente familiar que te lo ha dado todo como me decía este paciente, que siempre han estado para él y sentir lo que siente en el presente sin que haya ocurrido nada grave en el último año, ni años, o adolescencia, infancia, no es posible.
Lo que sentimos dentro que no se conecta con el momento presente son los ecos del pasado, de la propia voz ahogada del pasado.
Hay un tipo de trauma, los llamados traumas ocultos que son difíciles de recordar, sutiles, que parece que no es para tanto, se les suele quitar importancia (“los niños no se enteran, es muy pequeño, que exagerado, hay que prepararlo para la vida y que sea fuerte”…Todas esas estupideces que decimos desde la ignorancia, el desconocimiento) dobles mensajes, manipulaciones verbales, que destrozan. Y este era uno de esos casos.
Afortunamente este paciente aunque dedicaba cada sesión a convencerme de que lo que le pasaba no tenía nada que ver con su familia y me ofrecía distracciones diversas, tenía la suficiente confianza en el trabajo que estábamos haciendo como para seguir con la terapia.
Y llegó el momento, ese momento en que las defensas se relajan, hay la suficiente confianza, el miedo baja, el velo se abre, las neuronas hacen las conexiones y zas, las imágenes llegan. Este es un resumen de esa siguiente etapa de la terapia:
Era bebe, papa y mama estaban delante de él, discutiendo, su mirada fija en mama, mama gritaba a papa. El paciente por primera vez en su vida conecto con el profundo desamparo de ese momento, el miedo aterrador de ver a su madre gritar y a su padre (para bebes y niños los gritos son aterradores, producen mucho miedo y se congelan por dentro, se paralizan, se bloquean y eso permanece de adultos).
No sabía porque discutían, ni importa ahora. Sí empezó a recordar que esa no había sido la única discusión y que no discutían regularmente.
El sentimiento de desamparo era profundo, sentía la paralización en el pecho y la garganta, la imposibilidad de ser visto en esa situación, la invisibilidad, la no existencia. Los bebes SÓLO SABEN QUE EXISTEN SI OTRO SER HUMANO LOS VE. Los bebes no nacen sabiendo que están vivos o que existen, saben que están vivos y que existen al verse reflejados en otro ser humano, a través de la interacción con la mirada, gestos, sonidos, palabras,..
El sentimiento de desamparo y de paralización (curiosamente en el presente es un hombre muy independiente, con grandes dificultades para confiar en los demás, para las relaciones de pareja, este había sido su motivo de consulta). Esos sentimientos pasarían a creencias “…no soy importante, soy invisible, no me quieren….”. Y no importa lo que luego sus padres le dijeran o sus parejas, esas creencias y sentimientos seguían ahí.
De pronto también entendió que no llorar y ser fuerte, poner esa máscara era para evitar el desamparo aun mayor, saber que nadie le iba a consolar, que papa y mama no podían estar disponibles ahí para él, para consolarlo (hubo otros momentos en que sí estuvieron, para un bebe los minutos son eternos, no un momento) . Era mejor cortar su cabeza de su cuerpo, congelar el pecho, la garganta y refugiarse en su cabeza. Ahí podía controlar lo incontrolable, ahí no dolía.
También se dio cuenta de la mirada hacia el hombre y la mujer que había aprendido, hacia las relaciones de pareja, hacia ser hombre, hacia la vida, hacia expresar sus sentimientos, escuchar y atender sus necesidades, etc.
Y al conectar con tanto terror y desamparo no podía parar de llorar, llorar y llorar. Se empezó a despejar tanta confusión, tanto no entender y no tener sentido. Había querido tomar medicación y que le recomendara a un médico de cabecera o psiquiatra para ello, y confió cuando le dije que en este momento de la terapia y en su caso (en otros casos es necesario, e incluso imprescindible) la medicación no le iba a ayudar, sino que iba a ser parte del autoengaño, de la negación de ver y sentir su verdad.
Y después de ese llanto tan desgarrador, lentamente las lágrimas cambiaron y se volvieron dulce, son las lágrimas que surgen cuando el hielo en el pecho comienza a derretirse, cuando comienzas a sentir el calor que hay debajo. El frío invierno se va para siempre del pecho, del corazón, de la garganta y comienza a entrar muy suavemente, muy tiernamente los primeros brotes de la primavera que llevaran a la madurez del verano, de ese calor, dulzura, suavidad, fuerza, coraje y conexión interna.